PRENSA

Irán y la diplomacia del terror

Una de las primeras decisiones del señor Ahmadinejad, luego de ganar las elecciones que los principales voceros de la oposición declararon fraudulentas, fue designar ministro de Defensa al señor Ahmad Vahidi. El mencionado caballero vive desde hace unos meses en Irán, ya que, si se le ocurriera cruzar la frontera, inmediatamente sería detenido por la Interpol porque está acusado de haber sido el principal operador del atentado terrorista contra la AMIA en julio de 1994.
La cancillería argentina protestó por esta designación y en los mismos términos se expresó la comunidad judía. Por supuesto que la protesta no afectó en nada la decisión del gobierno de Irán. Por el contrario, la iniciativa del gobierno fue ratificada por el Parlamento con una votación abrumadora de 276 votos sobre un total de 286 legisladores. Las políticas de Irán podrán ser controvertidas en el mundo, pero el control interno sigue en manos del oficialismo. Lo sucedido en el Parlamento así lo testimonia.
No terminaron allí las manifestaciones de amor. Los legisladores celebraron la victoria al grito de “Muera Israel”. Por su lado, Vahidi no se privó de decir lo que piensa sobre el tema: “ Mi nombramiento es una bofetada a Israel”, lo que se dice una verdadera declaración de principios por parte de quien, por otro lado, no vacila en proclamar a voz de cuello en los tribunales internacionales que es inocente y que las acusaciones que recibe están tramadas por la perversa diplomacia sionista.
Lo curioso es que la declaración de Vahidi sobre la cachetada a Israel coincide punto por punto con las declaraciones emitidas desde Tel Aviv. “Ésta es una bofetada a Israel”, han dicho los voceros judíos y en términos parecidos se ha expresado la cancillería argentina. Bofetadas más, bofetadas menos, lo cierto es que en este punto todos tienen razón: Israel y la Argentina, porque el nombramiento de Vahidi es una burla, una falta de respeto, e Irán, porque una vez más dice con absoluto desparpajo lo que piensa sobre la legalidad internacional y la Justicia argentina.
Más allá de que, después de quince años del atentado terrorista más grande de su historia, la Argentina no haya podido dar con los culpables, lo que está perfectamente claro es que desde la embajada de Irán se planificó el atentado terrorista hasta en los detalles. Que la Justicia argentina y sus policías sean ineficientes, o algo peor, no quita que lo más evidente se haya conocido. Al respecto, diversos testimonios dan cuenta de la presencia de Vahidi en la embajada y, muy en particular, de una reunión secreta en agosto de 1993 donde se habrían iniciado los preparativos que culminaron con la bomba a la AMIA y la muerte de 86 personas.
En realidad, la noticia de que la embajada de Irán en Buenos Aires se había transformado en una célula terrorista no debería ser una novedad para nadie. Vahidi es un discípulo aventajado de Javad Mousouri, un ideólogo del terrorismo islámico -muy respetado por los clérigos- que nunca dejó de predicar que era indispensable transformar cada embajada iraní en un centro de inteligencia y una base para exportar la revolución. Más claro, echarle agua.
Vahidi se formó en esa escuela que predica al pie de la letra las enseñanzas de los Guardianes de la Revolución. Irán hace lo que dice, aunque no siempre dice lo que hace, y sólo los tontos o los cómplices pueden desconocer algo que es de una evidencia enceguecedora. A modo de consuelo, a los argentinos nos queda por decir que lo que nos hizo Irán no es nada personal, porque lo mismo ha intentado hacer en Roma, Londres, Nueva Delhi y en cada uno de los países donde sus servicios de inteligencia consideren que se juega el destino de la revolución. Al respecto, nunca convendría olvidar que para sus clérigos ensabanados y fanáticos la guerra contra el Gran Satán se libra en todo el mundo y, muy en particular, contra el enemigo sionista.
Ahmadinejad lo dice cada vez que puede, Vahidi hace lo mismo, sus barbados ayatolás manifiestan su adhesión a estas políticas de manera explícita. Como los nazis, los islámicos chiítas de Irán no disimulan lo que piensan. El problema no es que ellos mienten, el problema es que Occidente no se hace cargo del huevo de la serpiente, y cada vez que la historia lo coloca en esa posición está dispuesto a firmar un pacto de Munich.
Nadie puede ignorar que la diplomacia de Irán incluye actividades terroristas, como nadie puede desconocer que Hezbolá, su brazo armado en el Líbano, está financiado por ellos. Como en el cuento “La carta”, de Edgar Allan Poe, todas las pruebas están a la vista, salvo para quienes no las quieren ver o para quienes, por un motivo u otro, no les conviene verlas.
En la legislación internacional, estos operativos deben encuadrarse dentro del terrorismo de Estado; en particular, el atentado contra la AMIA debería incluirse entre los delitos de lesa humanidad.
En los últimos años, la diplomacia argentina ha sido clara al respecto. Si no se ha hecho más es porque no se ha podido, porque al cinismo brutal de la diplomacia iraní le interesa jugar al borde del abismo aprovechando las contradicciones humanistas de la diplomacia occidental.
Como todo Estado terrorista, Irán maneja un doble discurso: por un lado, simula aceptar las reglas del juego del orden internacional para reclamar derechos y garantías; por el otro, opera en la clandestinidad con absoluto desparpajo. No obstante ello, habría que decir en homenaje a sus dirigentes que, más allá de las simulaciones inevitables que impone la realidad, el gobierno de Irán ha sido siempre sincero, es decir, siempre admitió que su objetivo es destruir a Israel como punto de partida en la guerra total que libran contra el Gran Satán de Occidente liderado por Estados Unidos.
Vahidi no es un llanero solitario o un funcionario que expresa una corriente minoritaria en Irán. Para un país que vive en un estado de guerra permanente, el Ministerio de Defensa es uno de los más importantes en el esquema del poder. Pues bien, allí está ahora Vahidi. Tampoco para él estos reconocimientos representan una novedad. Hace diez años el caballero fue viceministro de Defensa. En esos tiempos era el hombre de confianza de Alí Akbar Rafsanjani, actualmente uno de los principales líderes opositores al régimen de Ahmadinejad.
Conviene detenerse en este personaje. Rafsanjani es considerado en la actualidad un reformista, pero para que ningún observador occidental se llame a engaño es necesario saber que el supuesto líder reformista fue uno de los cabecillas de los operativos terroristas de Irán en el mundo, incluida la Argentina. Sus discrepancias internas con Ahmadinejad no le impiden a Rafsanjani aprobar a libro cerrado la política exterior de Irán. Como se podrá apreciar, en los temas que importan la clase dirigente de Irán está unida. Sus discrepancias internas no son más que eso, diferencias secundarias respecto de un proyecto en el que todos están unidos en nombre de Alá y Mahoma, su profeta.
Irán posee una de las reservas de petróleo más importantes del planeta. Ésta es la clave material de su poder. Alguna vez habrá que preguntarse qué relación existe entre el petróleo y los regímenes políticos autoritarios o totalitarios. Por lo pronto, no deja de llamar la atención que las naciones petroleras suelen ser guerreras y que las políticas relacionadas con el negocio del petróleo expresan a los sectores más belicistas del planeta, observación que incluye a Arabia Saudita, Irak y Venezuela, hoy todos aliados políticamente en su odio contra Estados Unidos y su amor a la renta petrolera. La maldición del llamado oro negro se extiende a grupos activos de poder en Estados Unidos. No olvidemos, al respecto, que los halcones yanquis suelen hacer muy buenos negocios con el petróleo y, si alguien quiere un ejemplo elocuente, que estudie cuáles son las bases de poder de la familia Bush y sus capitalistas amigos.