Por primera vez en 50 años, un jefe del Estado persa llega a Brasil: se trata del presidente iraní quien desembarca hoy en Brasilia para entrevistarse con su colega Lula da Silva y las autoridades del Congreso. El aterrizaje de Mahmoud Ahmadinejad, líder político nacionalista de 53 años, estuvo precedido ayer por algunas expresiones de hostilidad: un grupo de 300 personas manifestó su repudio en la playa Ipanema de Río de Janeiro. Eran representantes de las comunidades judía, de homosexuales y espiritistas (confesión religiosa no cristiana).
Pero también generó expectativas en los medios empresariales de Brasil. Una comitiva de 280 empresarios y políticos acompaña al presidente de Irán en busca de oportunidades de negocios con un país que atrae todas las miradas internacionales. Lula y Ahmadinejad ya se encontraron en otras dos oportunidades: la primera en Ecuador en 2008 y la siguiente en Nueva York.
El encuentro de los dos presidentes ocurre en un marco de inestabilidad geopolítica. Ayer las fuerzas armadas de Teherán anunciaron un gran ejercicio militar y simulará ataques a sus instalaciones nucleares. Esto sugiere una «incomodidad» para Lula ya que, como anticipó Ahmadinejad en entrevistas previas al viaje, uno de los objetivos de su viaje a Brasil es lograr la «cooperación nuclear» entre ambos países, con miras al uso pacífico de esa energía.
La semana pasada, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad pidieron a Teherán que acepte la propuesta de la Agencia Internacional de Energía Atómica sobre el programa nuclear. De acuerdo con esa iniciativa, 70% del uranio producido por Irán con bajo nivel de enriquecimiento debería ser enviado a Moscú y a París para su transformación en combustible para centrales de generación eléctrica en territorio iraní.
Lula manifestó su satisfacción por haber recibido la semana pasada a dos líderes de Oriente Medio, el israelí Shimon Peres y el palestino Mahmoud Abbas. En teoría, el arribo de Ahmadinejad debía resaltar la importancia de aquellos dos encuentros. El presidente iraní dio incluso señales de no querer interferir en forma negativa con esa potencial capacidad pacificadora expresada por el presidente de Brasil. Así, en las entrevistas dijo que reconocía el Holocausto como un crimen de los europeos, aclarando que debía ser pagado por ellos y no por los palestinos.
Pero los conflictos en Oriente Medio dejan poco margen para el camino que predica Lula da Silva, el de la conciliación de intereses. Aunque el presidente de Irán se empeñe en eliminar cualquier elemento de irritabilidad, como por ejemplo su definición sobre el Holocausto, el alerta contra Israel está en el punto más alto. La manifestación de ayer en Ipanema representó el sentir de un sector de la sociedad brasileña que no comulga, según dice, «con un presidente -como el de Irán¿que promueve la discriminación religiosa».