La resolución de la Junta de Gobernadores del IAEA, que contó con el voto unánime de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, fue objeto de una ofuscada reacción por parte de Teherán con anuncios incomprensibles escalando las dudas fundadas sobre el alcance de su programa nuclear. Si bien la decisión parlamentaria de construir otras diez plantas de uranio enriquecido parece poco seria y podría ser el resultado de un estado de ánimo, de confirmarse, solo ratifica el objetivo poco pacifico del programa nuclear iraní y la intención de continuar dando la espalda a una preocupación legítima de la comunidad internacional.
Lo más alarmante de los anuncios es la intención que surge entre líneas de abandonar el Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares que es la piedra angular de la no proliferación. Ese paso pondría a Irán claramente del otro lado de la vereda. Como amenaza no es una buena señal por cuanto solo provocará la adopción de medidas más drásticas y acorrala a países que, como China y Rusia, han actuado con excesiva moderación frente a la negativa de Irán de someter sus instalaciones y material al sistema de salvaguardias internacionales del IAEA.
El panorama reduce los márgenes de una negociación diplomática. Irán parece no verlo de la misma forma. Estima que la agenda global esta a su favor y que no hay espacio para acciones de fuerza en su contra. Considera que la situación afgana limita los márgenes de Estados Unidos y que la Unión Europea e Israel tienen suficientes problemas con Palestina como para abrir nuevos frentes que pueden desembocar en una confrontación de largo plazo. Sin embargo, la apuesta es riesgosa. Rusia y China pueden ser la sorpresa en la ecuación. Teherán lo presume respecto a Moscú y presiona para concretar la entrega de los misiles S-300 de defensa anti aérea y la puesta en marcha de la central de potencia que Rusia construye en Bushehr.
La duda es cuando y en qué condiciones China le soltaría la mano. La decisión de la Junta de Gobernadores de la IAEA fue una primera señal que para Beijing también los tiempos de tolerancia disminuyen en un cuadro de circunstancias internacionales donde la Casa Blanca no parece modificar sustantivamente la visión de la Administración anterior. Por el momento, una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no parece ser la solución que China estaría dispuesta a acompañar.
Este cuadro de situación volverá a generar un esfuerzo diplomático adicional. Irán probablemente apueste a esa carta aunque al hacerlo no puede ignorar que recibirá principalmente la insistencia de China y Rusia para una mayor flexibilidad. La reacción ofuscada de Teherán no ayuda a encontrar el punto de equilibrio y refleja la incidencia de las divisiones internas donde los sectores moderados no han encontrado cabida en un régimen teocrático que no está acostumbrado a canalizar las divergencias aun cuando las mismas no estén apuntando contra su estabilidad.
En este marco los espacios de la diplomacia son estrechos. Sin embargo, es necesario aprovecharlos antes de llegar a situaciones que no tienen retroceso. El tema de un nuevo Estado poseedor de armas nucleares no es un conflicto internacional más. Es, por el contrario, la cuestión más grave de la agenda internacional. No hay ninguna otra cuestión comparable por su alcance. Una solución adecuada es imprescindible y para ello resultará necesario que los estados de ánimo no opaquen a la diplomacia.