PRENSA

Del dolor a la esperanza. Por Daniel Goldman

Durante todo el día de ayer, martes, el mundo judío conmemoró el «Tishá beav”, el 9 del mes de Av del calendario hebreo, fecha en la que se recuerda la destrucción del Primero y Segundo Templo de Jerusalén. Como dato gráfico, el conocido Muro de los Lamentos, representa la pared que bordeaba el lado occidental de este lugar, considerado sagrado en la vida y la dinámica del pueblo hebreo. Desde la dimensión histórica, la pérdida del Templo marca un antes y un después en el relato social y religioso del colectivo judío. Es el comienzo de la devastación de la antaño tierra de Israel, la génesis de la diáspora y el inicio del deambular de nuestros antepasados por el mundo, dispersión que se extiende hasta nuestros días. Durante las últimas tres semanas, el rezo y el ritual de los días sábados se vieron conmovidos por la lectura de nuestros profetas, presagiando la hecatombe que haría sucumbir a la Ciudad Sagrada. Hasta que finalmente, como hacemos año tras año con el correr de siglos, leímos durante la jornada de ayer el bíblico libro de Lamentaciones, que se le atribuye a Jeremías.

El drama y el llanto del profeta se manifiesta desde el inicio del texto cuando dice con impactante fuerza: ¡Cómo puede ser que haya quedado solitaria cual viuda, la ciudad real! La ley judía establece que durante este día nos abstenemos, entre otras cosas, de beber, comer, lavarnos, bañarnos, usar calzado de cuero y estudiar Torá.

Pero concluido este día de dolor, automáticamente y como símbolo de esperanza, comienzan las «siete semanas de consuelo». Se trata de jornadas en las que vamos reponiéndonos del golpe y elevándonos hacia el nuevo año hebreo que se iniciará en tan sólo 45 días. Este signo de confianza hacia el futuro es sinónimo de que todo devenir es promisorio, determinando una época en donde el hombre tiene que cifrar sus expectativas en la reparación de uno mismo y del vínculo vital con sus semejantes.