Estuve numerosas veces en Berlín, incluso cuando la dividía el implacable Muro. Antes de su caída lo atravesé con mis documentos en regla, para registrar lo más que podía. Sólo me dejaron pasar ante las puertas de la Universidad Humboldt, caminar rápido por la inspiradora Alexanderplatz, asombrarme ante el monumento a Stalin y los enormes cubos que representaban a las tropas soviéticas, asistir a una función en el teatro Bertolt Brecht y… nada más. Mis pupilas hambrientas rebotaban contra la uniformidad de los edificios y la niebla que se expandía por las calles desiertas. Debía regresar al lado occidental el mismo día. Sé que otros turistas o investigadores consiguieron más, pero cumplieron diversos trámites o exhibieron mejores credenciales.
PRENSA
