En mayo de 2007, el flamante presidente Nicolas Sarkozy sorprendió a Francia con una medida teñida de interés mediático. Decidió que la última carta del mártir de la Resistencia francesa, el adolescente comunista Guy Moquet, fuera lectura obligatoria en las escuelas cada 22 de octubre, fecha aniversario de su fusilamiento por el ocupante nazi. La respuesta resultó impresionante. La carta fue debatida en el 95% de los liceos; padres y ex resistentes acudieron a las clases y se pidió ampliar el “esclarecimiento pedagógico”. Sarkozy había logrado instalarse en la tradición “resistencialista” (que tuvo al general De Gaulle como inspirador), a diferencia de figuras como Pompidou, Giscard d´Estaing o Mitterrand. Pero, por encima del cálculo político, lo que la mayoría de los franceses valoró fue que se difundiera el sacrificio que Guy Moquet había ofrecido a unas generaciones para las cuales su nombre no era más que una estación de metro, cerca de Porte de Saint-Ouen, que nadie adornaba con flores los 22 de octubre desde hacía mucho tiempo.