Una vez más nos congregamos un 27 de enero, convocados por el Gobierno nacional y las organizaciones de la sociedad civil integrantes de la ITF, para conmemorar la Shoá y rendir homenaje a los 6.000.000 de judíos asesinados.
Destacamos la clara actitud y compromiso del Gobierno Argentino como miembro activo junto a otros Estados en el Grupo de Cooperación Internacional para la conmemoración, educación e investigación de la Shoá. International Task Force.
La significativa presencia en éste acto conmemorativo de nuestros queridos sobrevivientes, que llevan tatuada en su piel la marca de la infamia y en sus corazones las heridas lacerantes de un pasado de horror, constituye el testimonio vivo de los días más oscuros de la historia de la humanidad.
A ustedes les decimos gracias por trabajar incansablemente para recordar y educar sobre el pasado, pero también por alertar sobre las amenazas del presente.
El pueblo judío hace un culto de la memoria, a la que considera un deber sagrado.
Olvidar a las víctimas del odio antisemita nazi sería un triunfo para los genocidas, para sus cómplices e incluso para los negadores contemporáneos de la Shoá.
Nuestra memoria indestructible recuerda también a los verdugos, a los jerarcas del régimen nazi y a los ciudadanos comunes que cumplieron diligentemente las órdenes, a los encubridores, a los colaboracionistas de los países ocupados, a los juristas que promulgaron leyes raciales y profanaron la justicia, a los empresarios que explotaron a los trabajadores esclavos judíos, a todos aquellos que participaron en mayor o menor grado de la maquinaria de persecución y exterminio por parte del régimen que representó el mal absoluto.
Para ellos, para todos ellos, nunca, jamás, habrá olvido ni perdón.
La Shoá pudo ocurrir no sólo por la perversa maquinaria asesina del régimen nazi.
Fue acompañada por la indiferencia y el silencio cómplice de muchas naciones, por la política de apaciguamiento frente al régimen nazi, por la negativa de admitir a los perseguidos que, huyendo del horror, sólo imploraban por un refugio seguro, para salvar sus vidas.
Hay hechos en la historia del pueblo judío, que son demasiado terribles para ser creíbles, pero no tan terrible como para que hayan sucedido.
La historia debe ser pedagógica, las lecciones del pasado deben enseñarnos que la pasividad ante los totalitarios, ante las persecuciones, ante la violación de los derechos humanos, condena a sus víctimas y pueden conducir a imprevisibles tragedias a escala planetaria.
Al recordar a nuestros mártires, a los valientes luchadores de los ghettos, a quienes resistieron heroicamente, a los héroes anónimos, a los justos no judíos que arriesgaron sus vidas y las vidas de sus seres queridos para salvar a los perseguidos, rendimos tributo a los valores más excelsos de la persona humana, a aquello que nos hace acreedores a considerarnos humanos.
Hemos señalado que la indiferencia y el silencio de los gobiernos y de la sociedad en general facilitaron que se consumara la Shoá. Por todo ello, es encomiable pero no suficiente el tributo a los héroes, el homenaje a los sobrevivientes y el recuerdo de las víctimas.
Es imprescindible el compromiso y la fuerte decisión de todos los líderes democráticos del mundo, para denunciar y enfrentar a los personeros contemporáneos del odio, en todas las latitudes.
Tenemos la obligación de no olvidar que por el silencio de muchos en el pasado, hoy debemos realizar muchos minutos de silencio en actos de recordación.
Por ello, a nuestras expresiones de recogimiento y tributo, debemos sumarle nuestro clamor de denuncia frente a toda afrenta antisemita, discriminatoria y xenófoba, frente a quienes pretenden negar, haciendo ostentación de su perversidad, el exterminio de un millón y medio de niños. A los humoristas, que amparándose en las reglas del buen arte, pierden de vista el límite entre el humor y la ofensa, hiriendo a sobrevivientes y a todos los hombres de bien sensibles a los derechos humanos y a la vida.
Queremos expresar aquí nuestra consternación por el recibimiento brindado por los gobernantes de hermanas naciones latinoamericanas, hace pocas semanas, al presidente de la República Islámica de Irán, recurrente negador de la Shoá. Quienes niegan la Shoá sólo ocultan su verdadero propósito de que vuelva a repetirse.
Señores presidentes, ya lo he señalado hace algunos años, en un acto como este:
Reciban y abracen a los sobrevivientes, no a quien pretende negar los crímenes de los genocidas y sueña con imitarlos.
Visiten Auschwitz y rindan tributo a las víctimas del genocidio, no a sus apologistas.
Cómo justificar frente a los rostros de un millón y medio de niños exterminados por el nazismo, que reciben a quien precisamente niega que los hayan asesinado.
La Segunda Guerra Mundial fue una tragedia sin precedentes, una hecatombe en términos de vidas humanas perdidas, de sufrimiento y exterminio.
El nazismo fue primordialmente un plan criminal de dominación, opresión, esclavitud y genocidio.
No todas sus víctimas fueron judíos, pero todos, absolutamente todos los judíos fueron víctimas.
Señoras, señores,
No tenemos derecho a condenar al olvido a los mártires de la Shoá.
Debemos honrar a los sobrevivientes, que constituyen un canto a la vida, a la esperanza.
En las palabras de Elie Wiesel,
Porque recuerdo, me desespero.
Porque recuerdo, tengo el deber de rechazar la desesperanza.
Que nuestro compromiso contra toda opresión, contra toda discriminación, contra toda violación de los derechos humanos, constituya nuestro propio rechazo a la desesperanza y un canto a la vida.
Muchas gracias.