PRENSA

Vandalización y banalización. Por Diana Wang

Los variados hechos antisemitas de que dan cuenta los medios en los últimos tiempos (*), sumado a la reciente vandalización en Yad Vashem con pintadas que dicen, entre otras cosas, “Hitler, gracias por el Holocausto”, invitan a detenernos y hacer una reflexión.

Los textos de repudio, las notas esclarecedoras son necesarios porque el que calla otorga, pero no son suficientes. Hay algo que no estamos haciendo bien. No se trata tan solo -¿tan solo?- de la banalización de la Shoá en boca de periodistas y políticos que ven hitlers, nazis y goebbels por todas partes (art.1, art. 2 y art.3), los hechos vandálicos anti judíos se suceden en diferentes rincones del planeta. Se esperaba que la judeofobia cambiaría después de la Shoá pero se está volviendo a oír la vieja melodía antisemita de antaño a la que se han agregado dos nuevas estrofas: el ataque a Israel y a la Shoá misma. Tal vez ambas cosas estén ligadas.

La Shoá es una espina clavada en la Humanidad, la pregunta de cómo unos humanos han hecho esto a otros humanos sigue sin ser respondida. Lo más “sencillo” parece ser quitarse la espina y hacer como si no hubiera existido. Parte del fundamento del negacionismo es evitar la incómoda pregunta en la que nos debatimos desde 1945. Al mismo tiempo, el Holocausto es un ícono intocable, símbolo del mal y sus perpetradores se han vuelto íconos publicitarios, especies de anti-Che, usados como éste de modo banalizador, mercantilista, vaciados de sentido. La difusión del Holocausto se ha incrementado, pero no siempre de manera reflexiva y modificadora sino a veces de manera estereotipada y superficial. La esperanza de cambios de conciencia choca con el efecto no buscado de la banalización.

Durante muchos años fue mal visto emitir opiniones antijudías, nadie quería ser tildado de cómplice ideológico de los nazis. La Shoá, en su enormidad y horror, fue un dique contra el antisemitismo. Las cámaras de gas y los hornos crematorios se elevaron como una evidencia difícil de metabolizar. Parecía que algo se había aprendido, que el viejo prejuicio estaba siendo felizmente erradicado, que el sueño enunciado en el “nunca más” se hacía realidad.

Pero el monstruo solo estaba dormido. El antisionismo brinda ahora una vía potable para expresar la judeofobia histórica. De víctima indefensa que no pudo detener su exterminio es ahora soldado que lucha por su vida. El judío es “tolerado” mientras sea víctima. El éxito despierta los viejos estereotipos. La vergüenza o la culpa de decir algo antijudío se diluye y el sentimiento aflora nuevamente con el mismo vigor histórico: se ataca, se banaliza, se vandaliza. El anti-israelismo radical abrió el dique de la judeofobia contenida. El judío vuelve a ser malo por naturaleza, “genéticamente” como decía el nazismo, en el camino, otra vez, de ser exterminable.

La Shoá y la lucha por Israel proponen en consecuencia dos modelos de judíos que chocan en el imaginario colectivo. El asesinato de seis millones no se combina fácilmente con estos ganadores de guerras modernas. El estado de indefensión durante la Shoá produce piedad, simpatía y con dolor e interfiere con las imágenes mediáticas que eligen mostrar soldados con gestos agresivos, en fronteras polvorientas, conteniendo ataques de piedras inofensivas (los mortíferos misiles no se suelen mostrar). Se produce un cortocircuito mental. Para evitarlo, uno de los términos debe ser anulado. Es más fácil anular al judío como víctima durante el Holocausto, para quedarse con el judío luchador que, en su persistencia defensiva, rápidamente es calificado como perpetrador. De este modo coincide con el sentimiento judeófobo tradicional y el judío vuelve a ser visto como malo.

La difusión de la Shoá se multiplica día a día, ya no es exclusiva responsabilidad de los judíos y está siendo asumida por gobiernos, ministerios y docentes. Sin embargo, y probablemente debido al cortocircuito antes mencionado, no se han detenido los ataques, insultos, acosos y vandalizaciones al tiempo que se abarata la Shoá, reducida casi a slogans, se insiste en la negación del Holocausto como legitimación del anti-israelismo y se difunden imágenes y contenidos judeófobos libres ya de culpa y cargo.

Se confunde, se utiliza y se banaliza todo. Los textos de repudio, las notas esclarecedoras son necesarios porque el que calla otorga, pero no son suficientes. Hay algo que no estamos haciendo bien.

Diana Wang, Presidenta de Generaciones de la Shoá

(*) Además de los hechos conocidos (por citar solo a dos): 1) Hinchas de fútbol vociferan hacer jabón con los de Atlanta (club integrado supuestamente por muchos judíos) (nota). 2) Ataques en Francia a religiosos, niños e instituciones judías (nota). Tan solo en el comienzo del mes de junio de 2012: Amenazas y ataques a Carlos Furman, un periodista de Entre Ríos que denunció las amenazas recibidas del actual intendente de Santa Elena, Domingo Daniel Rossi, a quien investigó por causas de enriquecimiento ilícito (nota). Graffitis antisemitas en Estados Unidos y Suecia, profanaciones de tumbas en Alemania Austria y Ucrania, un grupo de judíos agredido con piedras en Jordania y un hombre insultó a un rabino en Budapest, algunas personas asistieron vestidos de nazis a la celebración del 60º aniversario del reinado de Elizabeth II (nota)