PRENSA

A 50 años del Concilio Vaticano II. Por Abraham Skorka*

Apenas cesó el tronar de las bombas que arrasó con siglos de creación intelectual y espiritual, durante la Segunda Guerra Mundial, hubo quienes supieron evaluar la magnitud y profundidad de la tragedia y asumieron una actitud de compromiso y acción por rescatar tan siquiera algunos tizones de los cimientos de una cultura que la barbarie pretendió borrar de la faz de la tierra. Entre las acciones más aberrantes y ominosas que se desarrollaron en el marco de esa contienda se halla la Shoah, la aniquilación sistemática e industrial de seis millones de judíos por el mero hecho de poseer tal identidad. Lo que hace excepcionalmente singular a ese crimen no es sólo su magnitud, sino la ideología que urdió el plan destructivo. No se trataba de aniquilar sólo a los miembros de esta comunidad, sino a todo aquel que tuviese en sus genes un rastro de parentesco con lo judío. Destruir sus instituciones, textos y pertenencias. Devastar hasta sus cementerios, haciendo añicos sus lápidas y profanando sus tumbas. No sólo los judíos vivientes debían ser trocados en cenizas, hasta los huesos de sus antepasados debían eliminarse. Eliminar a los lactantes y a los niños por nacer. Borrar de la faz de la tierra todo rastro que refleje la existencia de lo judío. Raphael Lemkin acuñó un término nuevo para definir este crimen: genocidio. Bien aclara Élisabeth Roudinesco en su libro A vueltas con la cuestión judía , que esa palabra define exactamente el propósito del nazismo, pues lo que se propuso fue eliminar el génos , la identidad, el ser, la historia y la genealogía judíos.(…) *Rabino de la comunidad Bnei Tikva, rector del Seminario Rabínico Latinoamericano.