PRENSA

DISCURSO DEL PRESIDENTE DE LA DAIA EN EL ACTO ‎DEL DÍA INTERNACIONAL DEL HOLOCAUSTO

Nos congregamos nuevamente en Buenos Aires, convocados por el ‎gobierno nacional y el Capítulo Argentino de la Alianza para la ‎Conmemoración del Holocausto, antes International Task Force, ‎que integramos, para conmemorar el horror de la Shoá, para rendir ‎homenaje a sus victimas, a sus mártires y a sus héroes, y honrar a ‎los sobrevivientes que tenemos el privilegio que nos acompañen ‎en este acto. ‎

Es casi imposible encontrar a integrantes de la comunidad judía en ‎cualquier país del mundo que no hayan perdido a miembros de su ‎familia a manos de la maquinaria asesina del nazismo. Son muchos ‎los memoriales, los museos que rinden tributo a la memoria de ‎nuestros mártires. En cada cementerio judío existe un monumento ‎en homenaje a los judíos exterminados durante la Shoá, convertido ‎en lugar de profundo recogimiento.‎

Hoy, a dos días de cumplirse 80 años de la ascensión de Hitler al ‎poder, aquel nefasto 30 de enero de 1933, el mundo sigue ‎indiferente ante los discursos de quienes niegan la Shoá y se ‎burlan de nuestros seis millones de muertos y vemos como, al ‎igual que en la Conferencia de Evian convocada por Franklin ‎Roosevelt, se mira para otro lado, permitiendo que los muertos de ‎la Shoá mueran nuevamente.‎
Se cumplen 68 años de la entrada del ejército soviético al campo ‎de exterminio de Auschwitz-Birkenau, donde millones de seres ‎humanos fueron asesinados, en su mayoría judíos, por su sola ‎condición de tales. El 18 de enero de 1945 ante el avance de las ‎tropas de la Unión Soviética, los nazis, desesperados por huir, ‎enviaron a casi todos los 58.000 prisioneros que quedaban en ‎Auschwitz a una Marcha de la Muerte hacia Alemania. La mayoría ‎de ellos fueron asesinados en el trayecto. Al ingresar al campo el ‎‎27 de enero, las tropas rusas solo encontraron a 7.650 prisioneros ‎en terribles condiciones. Un millón de judíos habían sido ‎exterminados en ese símbolo del horror.‎
El intento de deshumanización de los judíos no borró la calidad ‎humana de las víctimas, sino que eliminó todo vestigio de ‎humanidad en los victimarios.‎
Señoras, señores, recordar constituye siempre un acto de fe, ‎particularmente cuando lo que se conmemora es un hecho trágico ‎que deja profundas heridas en el tejido social de una comunidad.‎
Recordar es no olvidar a los mártires, cada uno de ellos tiene un ‎nombre.‎
Recordar es no olvidar ni perdonar a los asesinos, a sus ‎cómplices, a los colaboracionistas en los países ocupados.‎
Y recordar es también no olvidar y honrar a los Justos que ‎salvaron vidas arriesgando, en muchos casos, la propia.‎
Quien salva una vida, salva a la humanidad.‎
El amor no es lo opuesto al odio, sino a la indiferencia. Ser ‎indiferente ante el perseguido, el humillado, el denigrado, es lo que ‎hace inhumano al ser humano.‎
La indiferencia no es sólo un pecado, sino esencialmente un ‎castigo. ‎
Ser observadores pasivos era la regla, rescatar a seres humanos la ‎excepción. ‎
Por ello hoy y siempre rendimos especial homenaje a los Justos, a ‎esos ciudadanos comunes de diversas nacionalidades y credos, a ‎esa pequeña minoría que con enorme coraje honró los mas ‎elevados valores de la dignidad humana. ‎
No tenían vocación de héroes, su profunda humanidad los ‎convirtió en tales.‎
Más de 24.000 Justos de 47 nacionalidades han sido reconocidos ‎por Yad Vashem. Seguramente habrá otros que protegieron a los ‎perseguidos y que aún no han sido identificados.‎
Hubo también ejemplos conmovedores de salvamentos colectivos.‎
Los pobladores del pequeño poblado holandés de Nieuwlande ‎resolvieron en 1942 que cada familia ocultaría a una familia judía. ‎Todos los 117 habitantes de la aldea fueron honrados por Yad ‎Vashem. En Dinamarca 7200 judíos, del total de 8000 que vivían ‎en ese país, fueron transportados clandestinamente en lanchas ‎pesqueras a la neutral Suecia, y a la vida.‎
‎¿Qué reflexiones podemos formularnos aquí y ahora?‎
Que fueron muy pocos, pero que han demostrado que el ser ‎humano siempre tiene la opción moral de elegir entre el bien y el ‎mal, entre la solidaridad y el abandono, entre el amor y la ‎indiferencia. ‎
Tenemos derecho a preguntarnos porqué hubo un mayor ‎esfuerzo por salvar a asesinos de las SS después de la guerra que ‎por rescatar a sus víctimas durante el régimen nazi.‎
Tenemos derecho a preguntarnos porque tantos callan hoy, cuando ‎propagadores del odio, incluso desde el sitial de las Naciones ‎Unidas, pretenden negar el genocidio de la Shoá, instigando a ‎nuevos exterminios. La comunidad internacional hoy como ayer ‎continúa con su silencio cómplice y ante ese silencio el ejemplo de ‎esos 24.000 justos adquiere una relevancia y un brillo que ilumina ‎el destino de un mundo en tinieblas.‎
Yehuda Bauer, en su discurso ante el Bundestag en Berlín, ‎concluía preguntándose si no se debía agregar tres mandamientos ‎a los diez que forman parte de la tradición judeo-cristiana:‎
Tú, tus hijos y los hijos de tus hijos nunca pero nunca serán ‎perpetradores.‎
Tu, tus hijos y los hijos de tus hijos nunca, pero nunca, se ‎permitirán transformarse en víctimas.‎
Tu, tus hijos y los hijos de tus hijos nunca, pero nunca, serán ‎testigos pasivos frente a crímenes masivos y genocidios.‎
Recordemos las últimas palabras atribuidas a Simón Dubnov antes ‎de morir a manos de los nazis, que recoge el Dr. Rafecas en su libro ‎Historia de la Solución Final:‎
SHRAIBT UND FARSHRAIBT.‎
Escriban y registren.‎
Muchas gracias.‎