PRENSA

El Ghetto de Varsovia Por Jack Fuchs*

Diecinueve de abril. Se recuerda el levantamiento del Ghetto de Varsovia, un día de tristeza profunda, una ocasión para hacer presente el heroísmo armado, para honrar a los héroes, a los partisanos, pero también a las víctimas silenciosas, a las madres que acompañaron a sus hijos a la cámara de gas, a los débiles, a los indefensos. Quiero dejar un testimonio claro. En torno del 19 de abril surgen siempre posiciones encontradas. El heroísmo tiene un brillo muy especial y seductor en nuestra cultura, quizá porque en el héroe parece implicarse un secreto, una metáfora que sitúa en la voluntad, el coraje, la nobleza y el sacrificio una forma posible de establecer alguna soberanía sobre la muerte. Pero no pretendo entrar en polémicas. El 19 de abril se recuerda el heroísmo que en la primavera de 1943 llevó a un grupo de jóvenes a enfrentar el nazismo con las armas, se destaca la valentía de unos pocos, débiles, exhaustos, mal armados, que prefirieron la muerte en combate antes que la otra muerte, la que esperaba en los campos. ¿Cómo no honrar la dignidad de esa elección? Pero como no hay una fecha precisa que pueda abarcar la catástrofe de la Shoá, quizá porque su duración no tiene término, se ha elegido este día, el 19 de abril de cada año, para hacer memoria, junto con la de la lucha del Ghetto, de toda la dimensión del espanto y la locura humanas. Y la obligación de esta memoria abarca tanto a los héroes del Ghetto como a todos los otros, los que murieron en silencio, en el miedo, en la imposibilidad de pelear. Hay que recordar que después de abril de 1943 todavía quedaban cien mil judíos en el Ghetto de Lodz, mi ciudad; todavía hasta 1945 siguió deportándose a los judíos de Italia, Salónica, Atenas, Holanda, Bélgica, Francia, de Checoslovaquia, de Hungría, Austria y Alemania. La guerra contra los judíos siguió hasta el último día. *Escritor, pedagogo, sobreviviente del Holocausto.