En más de una oportunidad me enfrenté a responder la pregunta, “por qué estudiar y dedicar tiempo a la memoria de situaciones dramáticas, como la Shoá o el terrorismo de Estado”. Detrás de la pregunta estuvo el pensar “ni le pasó a tu familia ni a vos” o peor “algo habrán hecho para merecerlo”. “A nosotros no nos pasó”. Nos ha costado transmitir que lo sucedido, por su magnitud, crueldad y por las implicancias sobre varias generaciones futuras y también sobre la anterior, es parte de un patrimonio colectivo de angustia. Lo que le sucede a un humano le sucede a todos. La indiferencia es la peor de las crueldades y construcciones humanas. Se podrá sostener que la solidaridad es un camino utópico de nunca llegar. Pero que placer es recorrerlo. Solamente en colectivo podremos asumir un pasado dramático, superarlo y avanzar en una mejor convivencia. El apartheid le pasó a los negros sudafricanos pero no fue cosa sólo de negros, la desaparición forzada cayó sobre la cabeza de hombres y mujeres catalogados como subversivos pero no fue sólo asunto de ellos, la Shoá fue el intento de exterminio de la población judía y es parte indisoluble de la historia de padecimientos del pueblo judío pero también es parte, y ahí su trascendencia universal, del no límite del accionar humano. Fue el mayor ejemplo de hasta dónde puede llegar la faceta maligna de la humanidad. Hubo víctimas y victimarios, pero también hubo un mundo entero afectado. Lo que pasó nos pasó a todos.
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