PRENSA

La semilla de la intolerancia

Por Daniel Muchnik. Una cosa es tener prejuicios y otra muy distinta participar en políticas racistas. Es muy difícil, por la propia naturaleza humana, desprenderse de los prejuicios arraigados a lo largo de la vida. Se puede luchar contra ellos y hasta doblegarlos racional y emocionalmente, pero no desaparecen con la rapidez que las distintas circunstancias exigen. Eso lo saben muy bien los teóricos extremistas del racismo y los regímenes totalitarios; y las naciones tradicionalmente fragmentadas, como lo fue Yugoslavia, habitada por serbios, eslavos, croatas católicos y multitudes musulmanas. En el mundo árabe, en estos días, los distintos grupos religiosos sectarios están enfrentados como si pertenecieran a mundos diametralmente opuestos. El odio no les permite comprobar que entre ellos no hay diferencias y la condición de enemigos extremos los puede aniquilar a todos. La organización nazi, cuyas filas crecieron a lo largo de la década del veinte al calor de la depresión que azotó a la República de Weimar, estaba necesitada de una parafernalia ideológica para sustentar la persecución de los judíos, de los homosexuales y de los opositores políticos, todos «seres inferiores». A los judíos se los calificaba con distintos criterios. Eran ratas o gusanos; por momentos eran plaga o sinónimo de pestes o serpientes venenosas. Ver Nota Completa en http://www.lanacion.com.ar/1617676-la-semilla-de-la-intolerancia