Los recientes episodios protagonizados por gitanos en Grecia, Irlanda y Francia alimentaron el fantasma de tráfico de seres humanos y corrupción que pesa sobre esa minoría de casi 12 millones de personas en Europa. Sus defensores, sin embargo, denuncian una persecución, alimentada por el racismo, que comenzó hace mil años y se prolonga hasta hoy. La última semana, el mundo siguió perplejo la historia de una pequeña rubia de unos cuatro años, hallada en un campamento de gitanos en Grecia. La apariencia física de la niña despertó las sospechas de la policía, que pensó que había sido secuestrada para ser vendida. Un caso similar estalló, a la vez, en Irlanda. Ambas polémicas electrizaron a una opinión pública mundial, ya sacudida por la expulsión de Francia de Leonarda, una adolescente gitana de 15 años, cuyos padres de origen kosovar no tenían papeles. El tratamiento de esos tres casos, tanto por parte de las autoridades como por la mayoría de los medios, respondió al arraigado estereotipo que arrastran desde hace siglos los gitanos y que hace de ellos unos taimados y ladrones de niños, mitos hoy alimentados por los extremismos generados por la crisis económica.