Entre dos cámaras de gas, una cancha de fútbol. En un arco ataja Ron Jones, cabo de 23 años del ejército galés, prisionero de guerra desde 1942. De lunes a sábado, trabaja doce horas diarias en el sector E715 para la fábrica de caucho sintético IG Farben. Por las noches escucha disparos. Provienen del vecino Auschwitz III o Monowitz, el mayor campo de trabajo forzado en Auschwitz. Hay prisioneros polacos, disidentes y homosexuales. Los que no resisten son trasladados a las cámaras de gas de Birkenau (Auschwitz II). Allí, en el medio de ambas cámaras, está la cancha. El primer domingo de fútbol, Jones ve «esqueletos que caminan». «¿Quiénes son estos pobres diablos?», pregunta. «Judíos», responde un soldado nazi. El resto de la nota.
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