En los anaqueles de un archivo alemán, el periodista Norman Ohler encuentra la prescripción de una batería de inyecciones diarias para el «paciente A». La firma el doctor Theo Morell y el destinatario del cóctel de estimulantes, vitaminas y otras sustancias, el «paciente A», es Hitler. A partir de allí, Ohler indagó el uso de drogas durante el Tercer Reich. Su trabajo lleva por título una ocurrencia: High Hitler (Crítica), y se acaba de publicar en la Argentina. El autor afirma que el régimen combatía el consumo de estupefacientes cuando se trataba de drogas de evasión, pero lo alentaba en el ejército y entre los trabajadores para aumentar el rendimiento, bajo la fórmula de una poción mágica: la metanfetamina, que según el testimonio de un médico, incluido en el libro, permitía integrar a «fingidores, vagos, derrotistas y criticones en los procesos productivos». Más información.