Los atentados terroristas se convirtieron en un tema cotidiano en las conversaciones de los habitantes de la capital del Reino Unido. Sin embargo, no se dejan amedrentar; no tienen intenciones de volverse paranoicos. Lo gritan, lo manifiestan. Ello no significa, claro, que no tomen más precauciones que antes de que un automóvil arrollara a una veintena de peatones en el Puente de Westminster (en marzo), de la explosión en el recital de Adele en Manchester (en mayo), y de los ataques en el London Bridge y los apuñalamientos en el Borough Market (a principios de junio). En menos de cuatro meses, los ataques dejaron 36 muertos y decenas de heridos. El nivel de alerta es máximo. Lo mismo sucede, naturalmente, en Wimbledon , el evento que significa mucho más que el torneo de tenis más valioso sobre césped: es un acontecimiento social, al que concurren las clases trabajadoras, empresarios millonarios y la realeza.
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