PRENSA

“A los 120 años del Primer Congreso Sionista” por Victor Zajdenberg

Mucho se ha escrito y se ha hablado sobre los grandes valores de la «Ética Judía». Desde el patriarca Abraham y la histórica decisión de su negativa a convivir con el paganismo reinante, y el líder Moisés y su no menos histórico decálogo cuyas normas y reglamentaciones se han convertido en la base fundamental de la convivencia civilizada de casi toda la humanidad, son innumerables los aportes enriquecedores a los valores crecientes del judaísmo. Los profetas y enciclopedistas judíos han legado a las generaciones futuras carradas de pensamientos y actitudes éticas y morales. Los filósofos y pensadores, los artistas y escritores judíos han aportado profundas y creativas elaboraciones e investigaciones. 
Más se desconoce el desarrollo de las concepciones que se refieren a los renacidos valores
de la Ética Sionista. Debemos comprender, por supuesto, que el Sionismo Político recién ha surgido a fines del siglo XIX y quizá no se hayan dado las condiciones necesarias para la concientización de la necesidad de realizar un gran debate que incluya a las bases y a los dirigentes sionistas. Teodoro Herzl, reconocido periodista europeo, en una de sus periódicas visitas a la ciudad de Paris, se siente definitivamente conmovido por la tragedia desatada por el «caso Dreyfus».
Descubre el antisemitismo reinante en las entrañas mismas de ese mismo pueblo hacedor, un siglo antes, de la Revolución Francesa. Ya se habían producido también, con inusitada y renovada crueldad, los primeros pogroms contra la judeidad rusa y ucraniana.
A partir de ese instante Herzl no tuvo más descanso; arremetió contra viento y marea, convenció a ricos y pobres y se plantó ante los poderosos y los intereses creados.
En 1897 se inaugura en Basilea el primer Congreso Sionista. Herzl ya era un motor que no podía detenerse. Su tremenda voluntad, su total dedicación a la causa que creía necesaria, justa, impostergable e inclaudicable, orientaron sus energías al servicio de un ideal nacional judío: el Sionismo.
Pagó de sus magros bolsillos de periodista los innumerables viajes realizados, los alquileres
de las salas donde fueron efectuados los Congresos, los regalos y atenciones al Sultán, al
Kaiser y a varios ministros visitados, los viajes de varios congresales que no disponían de los
fondos para hacerlos, y hasta realizó los primeros aportes de ayuda a los colonos judíos
radicados en la entonces Palestina.
Recién en el 4o. Congreso Sionista se aprobó la creación del K.K.L. (Fondo Nacional del Pueblo Judío) cimentando el origen de los fondos necesarios para su posterior aplicación en las
tierras del suelo patrio. Herzl murió a los 44 años de edad en su plenitud intelectual y humana y no dejó fortuna a su familia, salvo el buen nombre y honor de haber sido el profeta sionista del siglo XX que en su momento afirmara:
«SI LO QUEREIS NO SERÀ UNA LEYENDA».
Y sucedió que «quisieron y no fue una leyenda» y se produjo el milagro del establecimiento del
Estado Judío: «MEDINAT ISRAEL». 
En otra etapa surgió la necesidad de crear otro gran Fondo Nacional, esta vez destinado a sostener los tremendos gastos que insumían y aun insumen la defensa y seguridad del naciente y joven Estado de Israel.
Sus agresivos vecinos no comprendieron la necesidad histórica de este movimiento nacional
de liberación de uno de los pueblos más antiguos de la tierra, como es el SIONISMO, y se derramó mucha sangre judía y árabe. Esta sintética introducción es solo un mero pretexto para plantear la hipótesis de la existencia de una nueva disciplina que podríamos llamar «Etica Sionista».
«Sionismo es realización», o por lo menos el «afectio», las ganas, la voluntad de producir la
realización personal. Mientras tanto es «Activismo» (Askanut); plena dedicación y generosidad con olvido de los mezquinos intereses personales.
Teodoro Herzl, en carta a Georg Brandes fecha da en Viena el 10 de Diciembre de 1896, decía:
«En modo alguno exijo que todos los judíos vayan a Palestina. Que vayan los que así lo desean y los que deben ir. Serán suficientes para crear el nuevo Estado, que será tanto mejor que el antiguo cuanto una casa nueva es mejor que una vieja».
Pues entonces, ya que hemos elegido, transitoriamente o no, la askanut en la Diáspora, démosle a ésta un carácter ético y moral para que nuestras conciencias vivan en paz, con dignidad y en equilibrio con los magníficos valores de los ideales del Sionismo Político, también representados por ese gran hombre que fuera Teodoro Herzl.