Está claro que la palabra discriminación aplicada a una
sociedad refleja cierta connotación negativa. Esta acción implica el hecho de “seleccionar
excluyendo”. Y sin embargo, estamos constantemente discriminando situaciones en
nuestra vida cotidiana.
¿Cuándo es que somos discriminados entonces, con esta
implicancia negativa?
¿Acaso cuando lo “sentimos”? ¿Cuando la ley lo dice? ¿Cuando
alguien nos advierte? La realidad es que no siempre resulta evidente y, como
siempre, lo mejor es analizar el caso en particular.
Lo que sí está claro es que la discriminación muchas veces
es escondida bajo el ala protectora de la libertad de expresión; de poder decir
lo que cada uno piensa, como corolario de pertenecer a una democracia.
¿Será necesario que la discriminación comience a adquirir
relevancia social, sin extralimitarse? Sin dejar de reconocer este otro derecho
tan apreciado como lo es la posibilidad de expresarse libremente.
La aplicación abusiva del derecho no parece ser la solución,
pero sucede que cuando ciertos derechos pasan de estar en la penumbra a salir a
la luz, lo hacen, muchas veces, de una manera extrema y potente, tal vez en un
intento de buscar el pretendido equilibrio.
Sentirse discriminado, excluido, maltratado o disminuido por
motivos de raza, sexo, color, religión u otros motivos no es normal. Leyes
nacionales e internacionales nos protegen de ello.
Conocerlo, asesorarse y denunciarlo es necesario. Nuestra
sociedad depende de ello para cambiarlo.
*Abogada, integrante del Equipo Jurídico de la
DAIA